LO QUE NUNCA VI ( 2019 )

Por qué “el mirar” está tan poderosamente inscrito en el juego del deseo, tanto que ninguna mirada es nunca satisfecha, pero siempre nos conduce a mirar más, a ver más allá, como si al mirar lo suficiente pudiéramos ver lo que está prohibido, lo que no debería ser mostrado o visto» (Evans y Hall, 2003: 313).

Yo estoy ahí, en cada una de esas escenas, en cada uno de esos pequeños instantes de tinta y papel. Estoy dentro de un coche o debajo de él. Estoy debajo de una mesa. Desde aquí puedo escuchar sin ser escuchado, ver sin ser visto. Algunos dirían que mi situación es privilegiada, aunque no siempre veo lo que quiero ver u oír lo que quiero oír. El único privilegio que como voyeur se me concede es el don de la averiguación. 

Mirar, mirar, mirar, mirar, mirar, mirar, mirar, mirar, mirar, mirar, mirar, mirar, mirar, escuchar, escuchar, escuchar, escuchar, escuchar, escuchar, escuchar, escuchar, escuchar… Estoy atrapado en un lugar plagado de información. Una información que no me pertenece y que, sin embargo, disfruto ostentado. ¿Qué podría hacer con ella? ¿Venderla al mejor postor o, aún mejor, chantajear a alguien? Convertirme en un delincuente, igual o peor que ellos. O simplemente ser una mala persona. No hacer nada con todo lo que se y, cual sádico espectador, dejar que se maten entre ellos. 

Él existe. Es una especie de director macabro que me hace estar aquí, que me condena a ocultarme, a mirar y escuchar, mirar y escuchar, mirar y escuchar… Puedo sentir a toda una audiencia de curiosos, de gente (en el peor sentido de la palabra, esa “gente” que es una masa colectiva sin identidad) clavando su mirada en mi cogote, como queriendo saber de mi existencia, tratando de descubrir (me) y desarticular (me). Entonces, una luz blanca me delata. Todos ellos me miran con cara de asombro. Atónitos, bobos. Como si desde el principio no hubieran sabido que estaba ahí. Todos lo sabían. FIN DEL MISTERIO. 

Regina Pérez. Crítica de arte